lunes, 13 de julio de 2015

El paraíso es un sitio donde llueve

[Banda sonora: "Volver". Mejor la versión de Gardel, aunque la de Estrella Morente tampoco está mal.]

Bueno, aquí estamos otra vez, después de no actualizar el blog durante cinco años. Pero qué importa: si veinte años no es nada, como dice el tango, cinco son la cuarta parte de nada, o sea, también nada. Bueno, lo dejo que ya me estoy liando.

Me gustaría escribir algo sobre Argentina, donde estuve hace un año, pero me temo que no será el caso, al menos por el momento y hasta que encuentre ánimo. Argentina es infinita, abrumadora. Sus inabarcables distancias, sus llanuras, sus carreteras llenas de rectas interminables flanqueadas por campos de cultivo que llegan hasta donde la vista alcanza, hacen saltar por los aires las escalas mentales. El uso de la palabra "inmensidad" debería estar prohibido para todo aquel que no haya estado allí.

Como os decía, no voy a hablar sobre Argentina. Tengo miedo de que me salga un texto de tal extensión que no se lo acabe nadie. Vámonos, por lo tanto, a una islita de las Hébridas interiores, de sólo 40Km en su lado más largo: Islay.
[Banda sonora: "Obertura de las Hébridas - La cueva de Fingal", op.26, de Felix Mendelssohn". Mi versión preferida es la de Claudio Abbado porque es la primera que sale en Youtube].
 
La isla tiene sólo unos 600 kilómetros cuadrados (así a ojo y sin Wikipedia), y en ella vive más o menos la misma cantidad de gente que en mi pueblo, por lo que pude ver. O quizá un poco menos. Pero esa escasez de población se ve sobradamente compensada por una ubicua sobreabundancia de ovejas que, al ser el clima más frio (o más húmedo) que en la Meseta, son mucho más mofu-mofu (expresión japonesa que podéis encontrar explicada gráficamente vía Google) que las merinas.


Pero no sólo hay una gran abundancia de ovejas: también hay, en ese pequeño pedazo de tierra, ocho destilerías. Y me voy a dar el gustazo de mencionarlas una a una, porque esa extraña musicalidad del gaélico se lo merece: Ardbeg, Bowmore, Bruichladdich, Bunnahabhain, Caol Ila, Kilchoman, Lagavulin y Laphroaig. De ellas visité la mitad, más que nada por no acabarme la isla en el primer viaje (porque pienso volver). Ardbeg, dos veces: la primera en plan "normal", y la segunda fue algo que hay que haber visto para creerlo: la fiesta del bicentenario de la destilería. Entrada libre, y todo organizado como una fiesta mayor de pueblo: tenderetes con pescado ahumado, ostras, patatas, un concurso de lanzamiento de ovejas (muñecos hechos de lana y cuero, eso sí, que aquí eran unos bestias pero, al contrario que los españoles, han evolucionado y ya no ven con buenos ojos eso de torturar animales), travesías por la costa en un barco de época, un escenario con músicos... y whisky. Mucho whisky. Algo sencillamente increíble. Desde las diez de la mañana, a base de chupitos. Chicas con una botella y una tira de vasitos de plástico deambulando por los terrenos de la destilería y ofreciendo chupitos a cualquier ser humano que se cruzase en su camino. De hecho no todo eran chicas: había también un par de hombretones escoceses con toda su barba y patillas, pero os aseguro que después de un par de horas ya no se notaba la diferencia. De todas formas, si querías ser un poco más convencional podías dirigirte al tenderete-bar, donde te servían los chupitos en una barra improvisada o, si querías que te miraran mal, pedir una lata de Coca-Cola. Eso sí: la Coca-Cola te la cobraban a una libra esterlina. El whisky, el pescado y prácticamente todo lo demás... gratis. Me comentó el encargado de la barra que lo hacían para penalizar al que tuviese la infame idea de mezclar el whisky con Coca-Cola, crimen que supone la expulsión inmediata de la isla mediante el sistema de disfrazarlo a uno de oveja y hacerlo entrar en el concurso de lanzamiento más próximo, pero apuntando hacia la costa.
[Aquí vamos a meter más caña con la banda sonora: los Red Hot Chilli Pipers. Sí, Pipers.]

¿Qué más os puedo contar? Pues... de la fiesta prefiero no deciros mucho más, la verdad. Bastante maltrecha está ya mi reputación. Os hablaré de cómo Islay es una tierra que invita a la confraternización y a la amistad. De entrada, nada más llegar al hotel (bastante tarde, porque se nos retrasó el vuelo desde Glasgow), el dueño, un simpático abuelete, nos dijo: "Debéis estar muy cansados" y, sin más preámbulo, sacó una botella de whisky y nos ofreció sendos vasos. Ahora, decidme cuántas estrellas tiene que tener un hotel en cualquier otra parte del mundo para que te dispense ese recibimiento.

Otra cosa chocante son las carreteras: todas las carreteras de la isla, excepto la calle principal de algunos pueblos, son de un solo carril. ¿Cómo se circula? Muy sencillo: confraternizando. Cada cien metros aproximadamente hay un apartadero; cuando dos conductores ven que van a cruzarse, el que esté más cerca del apartadero se retira y deja pasar al otro. Evidentemente, eso provoca que, cuando dos conductores se cruzan, siempre se den las gracias saludándose con un gesto de la mano. Bonito, ¿no?


En fin, no quiero alargarme mucho más. Me dejaré en el tintero cosas como las increíbles cenas a base de enormes bandejas de marisco del día (había que avisar el día antes de que ibas a cenar marisco al día siguiente, y así lo encargaban al pescador por la mañana y, cuando lo traía por la tarde, te lo preparaban). O la rutinaria tarea de espantar a las ovejas de la pista de despegue del aeropuerto cada mañana. O esa sensación de que cada escocés es un amigo aunque no lo hayas visto en tu vida. O esas vallas en mitad de las carreteras para que las vacas no se escapen. Y, cómo no, esos chaparrones de veinte segundos, que te hacen entender la actitud vital de los escoceses: persigue tus metas y trata los obstáculos como simples molestias que puedes ignorar. Si persistes, no durarán mucho.